A pesar del funcionamiento a toda marcha de la actividad minera, la creciente expansión de cultivos de palma de aceite, café, cacao y del vertiginoso desarrollo inmobiliario en Valledupar, las cifras de pobreza permanecieron en niveles de vergüenza entre 2010 y 2020. La informalidad comercial creció junto con el contrabando y el abigeato, hasta posicionarse como una de las principales causas de la inseguridad ciudadana.
En ese mismo período, celebramos a todo pulmón los 50 años de creación del departamento y consolidamos el derroche de las regalías de carbón, a sabiendas que era la última “bonanza económica” advertida por quienes vivieron la derrota financiera al apostarle al algodón, los embarques de marihuana, al negocio de gasolina de contrabando, al robo de ganado y los grupos al margen de la ley.
El auge minero no fue producto de una decisión planificada y preparada por los cesarenses; ni lo han sido los cultivos industriales, ni el vínculo con el narcotráfico. Nuestra pasividad y falta de preparación para construir el futuro, permitió y sigue permitiendo que foráneos tomen decisiones por nosotros. Así llegan proyectos públicos nacionales como la ruta del sol, sin haber preparado las condiciones para el desarrollo de los territorios por donde atraviesa y así llegan granjas solares que no dejan ni empleos, ni regalías, ni la propia energía para distribución local.
Nuestro enfoque debería ser el mejoramiento de la calidad de vida de los cesarenses y de todos los que vivimos en el territorio. No contamos con soberanía ni con seguridad alimentaria; escasea el trabajo decente, legal, organizado y controlado por las instituciones. Lo nuestro son los ingresos dignos, no los subsidios, ni las limosnas, ni las transferencias económicas condicionadas, como ya nos han acostumbrado para que nos disfracen en las estadísticas como ricos, siendo pobres.
Si las regalías estuvieran bien utilizadas, ya habríamos sembrado conocimiento, logrando altos niveles de educación y habríamos aprovechado las oportunidades del mundo moderno para hacer del Cesar el departamento piloto de Colombia, como lo anticipó Alfonso López Michelsen.
El interruptor para el cambio está en el reconocimiento de que hoy, a esta hora, estamos en el abismo.
La pandemia del Covid-19 nos mostró la terrible fragilidad de las instituciones públicas sobre las cuales sabíamos, no daban la talla al reto del desarrollo, pero nunca sospechamos que el asunto fuera tan grave. Los afectados directos son la micro, pequeñas y medianas empresas que conforman el 80% de la fuerza laboral y son responsables de generación de riqueza real del departamento. La producción de las empresas carboníferas nos hacía creer que su alto aporte al PIB (43%) del Cesar, era indicador del desarrollo que supuestamente teníamos. Eso lo capitalizaron muchos dirigentes como excusa para desestimar su tarea como directores del desarrollo local, olvidaron la planificación de mediano y largo plazo, los encadenamientos productivos, la necesidad de tener centros de pensamiento y la utilidad de promover políticas públicas de avanzada que respondan, desde ahora, a los retos que tendremos en 20 años.
Se están yendo las empresas carboníferas sin haber adelantado la reconversión laboral de los empleos perdidos, ni la recuperación ambiental del paisaje intervenido y sin haber compensado con líneas de trabajo en sectores promisorios para dar opciones a los municipios para seguir avanzando.
Se sigue deteriorando el río Cesar sin que se den los pasos para algún día mostrarlo como el principal eje ambiental, navegable, saludable y con opciones de pesca y recreación; conectado al complejo cenagoso de la Zapatosa y producto de una alianza (que ya debería existir) con los departamentos de La Guajira, donde nace y el Magdalena, donde muere.
Reescribir la tendencia implica considerar los activos y pasivos sociales, ambientales y de infraestructura que ya están en el territorio. Requerimos estrategias para lograr la ocupación de las áreas rurales de acuerdo con su vocación productiva de manera rentable y sostenible.
Tenemos las mejores oportunidades de generación de energía solar fotovoltaica en más de medio departamento para nutrir sistemas de transformación y distribución en la totalidad de centros poblados y zonas rurales del Cesar; dos sistemas montañosos con posibilidad de almacenar agua en las partes altas en cada uno de los numerosos ríos que se desbordan en invierno y una incalculada provisión de agua subterránea. Todas estas partes son, en conjunto, la inspiración del plan de irrigación para que nuestra agricultura y ganadería sean la envidia de Colombia.
Siempre decimos que llegó la hora del cambio y nada cambia. Aplaudimos el mismo discurso y recibimos los mismos programas con nombres sofisticados.
Aceptemos que la Nación requiere al Cesar para pasar las vías que unen los puertos del Caribe con Bogotá, pero pidamos a cambio apoyo para proyectos productivos para no quedarnos viendo como transita la riqueza dentro de los camiones de carga. Lo mismo pasa con los oleoductos, poliductos, líneas de transmisión eléctrica y el ferrocarril.
Debemos valorar la legalidad y el trabajo decente como activo indispensable para lograr la paz. Necesitamos ser fuertes como sociedad, tener acciones coordinadas entre lo público y lo privado, no rendirnos. La fuerza está escondida en la necesidad misma, en el hambre que nos va apagando el sueño del Cesar que necesitamos para nuestros hijos, libre de mafias ligadas al narcotráfico y la economía subterránea que sustenta el comercio ilegal.
Los pasos que siguen dependen de la apertura de la discusión y trabajar sobre algunos temas básicos como: la adaptación a las condiciones de la pandemia, atención y repotenciación de las Mypimes, educación pertinente y de calidad, cualificación permanente de la sociedad civil, enfrentar el comercio ilegal y las redes del narcotráfico; formular el Plan Departamental de Ordenamiento Territorial al que se refiere el artículo 29 de la Ley 1454 de 2011, para que haya planificación a largo plazo y adecuación de la Agenda Departamental de Competitividad a las necesidades expuestas en los informes anuales de la Universidad del Rosario; ajustar y actualizar los planes de ordenamiento territorial; humanizar los estatutos tributarios para que se fomente la inversión en el territorio; potenciar los sectores promisorios de turismo, medio ambiente, agricultura y ganadería; educación superior; montar un centro de desarrollo de energías no convencionales; adelantar estudios de mercado y de localización de nuevos negocios que aprovechen las ventajas del Cesar.
El debate está abierto, la decisión de despertar es nuestra.
José Luis Urón Márquez
Presidente ejecutivo
Cámara de Comercio de Valledupar para el Valle del Río Cesar